
Aunque el nombre de Abarcas (“avarcas” en menorquín) está íntimamente ligado a la isla de Menorca, la popularización de su uso se remonta a mucho tiempo atrás y tiene relación con un Rey. En concreto con Sancho Garcés II, hijo del rey García Sánchez I y de la condesa de Aragón Andregoto Galíndez. Sancho Garcés II, apodado Abarca, fue rey de Pamplona-Nájera del año 970 hasta su muerte en 994, y conde de Aragón, entre el año 943 y 994.

El origen de su apodo aparece en documentos de los siglos XII y XIII, encontrados en los monasterios de San Juan de la Peña, Leyre y en la catedral de Pamplona. En estos textos se narra que, estando el rey Sancho luchando en la Gascuña, se enteró de que el gobernador de Zaragoza atacaba Pamplona. Los Pirineos estaban cubiertos de nieve por lo que ordenó para sus hombres un calzado empleado entonces por los aldeanos, confeccionado en cuero crudo cerrado por un frunce, con una tira de cuero que se entrelazaba sobre el empeine y la pantorrilla, a fin de que pudieran caminar más fácil y rápidamente por la nieve. Se cuenta que gracias a ello, el rey Sancho y su ejército pudieron llegar a tiempo de caer sobre los invasores y derrotarlos.
“ fizo para sí y pra sus caualleros, de cueros crudos y cuerdas enceradas, calçado acostumbrado de los aldeanos, los cuales llamaban abarcas y uarallones”.
Estando el origen del nombre ligado a este rey navarro, parece cierto, que la aparición de este calzado sí estaría ligada a la isla de Menorca. En concreto, fueron los honderos (nombre por el que se conoce a los soldados de las Islas Baleares de la Edad Antigua, debido a su técnica de lucha, que consistía en lanzar una piedra con una honda) del general cartaginés Aníbal, en torno al 200 a.C., quienes, a su paso por Menorca, llevaban este tipo de calzado en sus batallas contra los romanos.

Más tarde, y debido a la fortaleza y flexibilidad de las mismas, fueron utilizadas por los campesinos y labriegos de la zona, que vieron en este tipo de calzado una forma ideal de proteger sus pies durante las largas jornadas de duras labores en el campo.
Las primeras sandalias menorquinas se realizaron inspirándose en materiales cotidianos, como la tela de saco, tan común en las masías y que ellos mismos se hacían durante las oscuras tardes de invierno.
Desde entonces, su primitivo aspecto y la utilización inicial de las abarcas menorquinas, ha ido variando y evolucionando.

Pronto se convertirían en una seña de identidad menorquina que los nobles adquirirían como propia, exportándola en sus viajes y convirtiéndola en un calzado altamente apreciado en Cataluña. Desde los denominados ‘zapatos a la mahonesa’, de color oscuro y hebilla de plata, que se vendían en el siglo XVIII en los mismos talleres en los que se fabricaban a personas de buen linaje que buscaban su elegancia, hasta los zapatos con los que los artesanos seguían vistiendo a las numerosas guarniciones militares llegadas con las dominaciones inglesa y francesa.
Acercándonos más a nuestra época debemos buscar una de las primeras referencias gráficas de la abarca menorquina en la obra del Archiduque Lluís Salvador y su magna obra Die Balearen. El Archiduque visitó la isla en el último cuarto del siglo XIX y dejó dos volúmenes dedicados a la antropología, geografía y cultura menorquina de finales del siglo XIX:
“ Les avarques són ben lletges, i sobretot a l’hivern en temps humit són molt incomodes, però la gent hi està tan avesada que a l’interior de l’illa, sobretot as Mercadal i Ferreries, són l’unic calçat que s’empra”

Por aquel entonces, las abarcas estaban totalmente realizadas en piel, y cosidas a mano con hilo encerado. Con el inicio del siglo XX, y la aparición del automóvil y los neumáticos de caucho, se produjo un cambio importante en el diseño de las sandalias menorquinas. Los neumáticos, una vez gastados e inservibles para su uso, se empezaron a usar para reforzar la suela de las abarcas. Esta evolución consiguió una rápida aceptación, ya que se mejoraba el aislamiento frente a la humedad del campo, a la vez que se conseguía más flexibilidad y duración. Este es un buen ejemplo, de lo que hoy en día llamaríamos reciclaje o reaprovechamiento de materias, algo que siempre ha estado muy presente en la cultura popular, sin necesidad de modas o grandes campañas de publicidad.

Y de ser un calzado práctico y cómodo para trabajar, entre los años 70 y 80 se convirtió en tendencia de la moda menorquina para después extenderse por el resto de islas baleares y de ahí a toda España, motivo por el que también se las llama mallorquinas o sandalias ibicencas.

Hoy su uso está más de moda que nunca, traspasa fronteras y sigue atrayendo por igual a todas las clases sociales. Si ya fue el calzado elegido por un rey hace más de diez siglos, hoy sigue ganándose el favor de familias reales y no es difícil ver a todos los miembros de la Familia Real española luciendo en sus pies las abarcas, sobre todo durante sus estancias veraniegas en la isla de Mallorca.



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