
Texto: José Carlos Carmona y Barroso. No es noticia para nadie que, el pasado viernes 10 de mayo, falleció Alfredo Pérez Rubalcaba, el que fuese secretario general del PSOE entre 2012 y 2014, ministro en diversos gobiernos del PSOE, junto a otros puestos de responsabilidad en la vida pública y política de España en la historia reciente. Él ha sido uno de los representantes visibles de esa socialdemocracia e izquierda española moderada, con sentido de estado y de la nación española, sentido de nación que a todos debería de unirnos por encima de banderas partidistas o ideológicas. Formó parte de este PSOE más centrado, cuyos gobiernos supieron convivir con la Monarquía y otras instituciones, que ciertos sectores de la izquierda siempre han aborrecido, pero que estaban contenidos dentro de la moderación de este PSOE de los años 80 y 90. En lo personal no nos queda más que conmovernos por la muerte de una persona conocida por todos y lo cristiano en este momento es pedir por el eterno descanso de su alma.
Dejando al margen las discrepancias ideológicas que se puedan tener con él, o las simpatías partidistas de cada cual (las mías por ejemplo están muy apartadas de las suyas), e incluso obviando sus luces y sus sombras, hay que reconocerle su mérito al señor Pérez Rubalcaba. Entre otras cosas, facilitó la sucesión dinástica del Rey Emérito, Su Majestad el Rey Juan Carlos I, al actual Rey, Su Majestad Felipe VI; lo que a su vez trajo bastante estabilidad política a España, muy necesaria en estos tiempos. Sin esta estabilidad que ha traído el actual Rey, no se hubiese parado tan fácilmente el fallido intento secesionista catalán. Fue el carisma de nuestro Rey y su valiente discurso a los medios, el que activó todos los resortes del Estado de derecho para frenar este desafío secesionista. Sin la ponderación, buena imagen, y demás cualidades de Don Felipe seguramente el tablero político actual estaría aún más desequilibrado y nuestra imagen de país más desacreditada.
No es lejano aquel 2013 y 2014, cuando la Corona y la estabilidad democrática estuvieron a punto de romperse. Por aquel entonces, ciertos medios y sectores políticos se unieron para desacreditar el reinado del Rey Juan Carlos I, aprovechando los momentos de más debilidad física y personal del monarca, así como el descontento popular por la crisis económica y ciertos errores de imagen de la institución de la Corona. Llegó a tal límite la situación, que solo un cambio generacional dinástico podía salvarla de una situación que empezaba a tener un horizonte peligroso. Había que hacer ese traspaso generacional para mejorar la imagen pública de la Corona y traer más estabilidad, como al final ha ocurrido. En aquel entonces todo podría haber ocurrido, la izquierda española comenzó un proceso de radicalización que ha llegado hasta hoy. De un PSOE, que siempre había sido la alternancia moderada de izquierdas, que respetaba la Corona o al menos convivía bien con ella; pasamos a un partido que empezaba a sacar sus viejas esencias republicanas y guerracivilistas por miedo a perder voto frente a Podemos; partido de extrema-izquierda que estaba naciendo y creciendo como la espuma y que era mucho más beligerante e incluso ofensivo en sus ataque a la Monarquía y la estabilidad constitucional.
La actuación del señor Alfredo Pérez Rubalcaba, secretario general del PSOE en ese momento, fue imprescindible. Podría haber tenido la mirada cortoplacista de ganar los votos que Podemos se estaba llevando con un discurso más republicano y rupturista, pero prefirió favorecer la estabilidad política del país. Sin esta actuación, tal vez nuestra historia política reciente sería otra. Es probable que, sin él, la Monarquía y la estabilidad democrática hubieran sido sacrificadas en favor de un republicanismo que, nos podría haber llevado a los momentos más oscuros de nuestra historia. Gracias a él, el PSOE votó a favor de la ley de abdicación del Rey Juan Carlos I a favor de su heredero, el actual Felipe VI. Gracias a su mediación y presión, la parte más radical y republicana del PSOE se contuvo, y no solo se pudo aprobar la ley que permitía este cambio generacional que ha revitalizado la institución, sino que consiguió que se hiciera sin espectáculos ni oposición de ciertos sectores del PSOE, que de ser otro el secretario general seguro se hubiesen dado. Después de este gesto no buscó medallas, ni reconocimientos, ni benéficos electorales, se retiró de la vida política sin dar mayor escándalo y regresó a su trabajo como profesor universitario, pasando modestamente inadvertido hasta el momento de su muerte.
Este es un ejemplo, de alguien cuya ideología política no comparto, ni estoy de acuerdo en muchas de sus decisiones políticas cuando estaba en el poder, pero que me merece un respeto. Un comportamiento propio de un caballero, que en el anochecer de su vida, le pesó más el sacrificio personal a favor de la estabilidad de España y de los españoles, que su provecho cortoplacista tan habitual en política.
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