
Luis Yanguas nos ilustra sobre el Duque de Terranova -su bisabuelo-, uno de los embajadores españoles más destacados de la primera mitad del s XX., protagonista de una de las más apasionantes historias de la vida diplomática durante la Primera Guerra Mundial.
Texto: Luis Yanguas y Gómez de la Serna –bisnieto del biografiado-.
Antonio de la Cierva Lewita nació en Viena en el año 1885, ciudad en la que su padre estaba destinado como Agregado Militar de la Embajada de España en la capital de Austria. Era hijo de Plácido de la Cierva, General de Los Reales Ejércitos de España, y de Luisa Fernanda Salomé Lewita y Finkelstein, descendiente de una antigua familia vienesa de origen israelí. Antonio era conde de Ballobar, y tras su matrimonio con Rafaela Osorio de Moscoso (1920), asimismo duque de Terranova, marqués de Poza, conde de Garcíez y Grande de España. A su vez, disfrutó de innumerables distinciones a lo largo de su vida y carrera, convirtiéndose en Gentilhombre de Cámara del Rey Alfonso XIII y en su Ministro Plenipotenciario de Primera Clase.
Pero lo realmente interesante de la vida de Antonio de la Cierva no son sus títulos ni sus prebendas, sino su extraordinaria y única actividad como diplomático al servicio del Cuerpo Consular de España, pues fue uno de los diplomáticos más prolíficos y jóvenes de nuestro país, siendo destinado con apenas 26 años a La Habana como Vicecónsul de España en Cuba (1911). Más adelante, en mayo de 1913 y contando 28 años, fue designado Cónsul General de España en Jerusalén, consulado en el que permaneció hasta el final de 1919. Además, fue nombrado en 1920 Cónsul de España en Damasco y posteriormente en Tánger. Más adelante, y dado su posicionamiento próximo a las tesis de la “Junta de Defensa Nacional” del gobierno del General Franco y a su defensa de la religión Católica, fue destinado a Roma para desempeñar el cargo de Primer Secretario de la Embajada de España ante la Santa Sede, cargo que abandonó un año después para regresar a España. Finalmente, Antonio de la Cierva se estableció en Madrid con el objetivo de llevar una vida familiar más tranquila en compañía de su mujer y sus cinco hijos, rechazando interminables cargos a lo largo y ancho del mundo, entre los que figuraron las Embajadas de España en Canadá o en los Estados Unidos.
Pero fue sin duda la etapa de Ballobar en Jerusalén la que más trascendencia histórica tuvo, puesto que el desenlace de los acontecimientos en torno a la Ciudad Santa en la Primera Guerra Mundial le situó en una posición única en la historia. Antonio de la Cierva, que había sido enviado a Jerusalén con el objetivo de mejorar el estancamiento existente en la época entre la diplomacia española y las autoridades locales, así como para hacerse cargo de la mejora en la custodia de los bienes propiedad de España en los Santos Lugares, se vio de pronto envuelto en unos acontecimientos que marcarían su vida y también el devenir de las potencias occidentales para siempre.
El inicio de la Primera Guerra Mundial, el 28 de Julio de 1914, coincidió prácticamente con la llegada a Jerusalén del joven diplomático español. Además, Tierra Santa se convirtió desde el primer momento de la contienda en una plaza en permanente conflicto y disputa, pues la alianza entre Alemania y el Imperio Otomano dio comienzo a un periodo de hostigamiento y fuertes hostilidades en la región. Para colmo, la vecina Palestina formaba parte del agonizante Imperio turco, los judíos reclamaban unas tierras que consideraban propias y los británicos tomaron Jerusalén en el año 1917 con el objetivo de establecer un nuevo dominio colonial sobre la zona.
Ante este conjunto de circunstancias, todos los países europeos y los EEUU (a excepción de España, que había adoptado en el conflicto bélico una posición neutral), retiraron sus legaciones diplomáticas de Jerusalén, lo que dejó a Ballobar en absoluta soledad en la Ciudad Santa, convirtiéndole en el único defensor y protector de los derechos e intereses de los países europeos y americanos en Jerusalén, y adquiriendo una enorme relevancia cuando, tras la entrada de los británicos en Jerusalén, pasó a convertirse en el único vínculo diplomático entre el poder inglés y el Imperio Otomano.
Ballobar fue nombrado representante de los intereses de la práctica totalidad de los países que habían desertado tras el estallido de la guerra mundial, por lo que no solo defendió los intereses de España, sino que durante más de 5 años representó el engranaje clave para que la diplomacia en la región funcionara y se garantizaran los intereses de muchos países que habían depositado en el joven español el destino de sus devenires. También supo defender Ballobar con gran justicia los intereses del pueblo judío, tanto de forma directa y personal como a través de muy distintas actuaciones encomendadas a él en gran parte por los gobiernos estadounidense e inglés. Además, la actividad de Ballobar en los años de guerra fue incesante en lo que a conservación del patrimonio cristiano se refiere. Salvaguardó frente a las autoridades otomanas innumerables bienes, edificaciones y templos cristianos, gestionó cánones especiales que protegieron infinidad de templos protestantes del asalto turco y defendió los intereses de la cristiandad allá donde era necesario. Además, llevó a cabo numerosas y gestiones políticas y diplomáticas para liberar a religiosos y personalidades judías que habían sido deportados de sus lugares de origen, entre otros lugares a Siria.
De esta forma, Antonio de la Cierva pasó a ser conocido en todos los países implicados en la contienda con el sobrenombre de “El Cónsul Universal”. Y del diario personal de mi bisabuelo, sacamos este descriptivo apunte, que da una idea de su día a día durante aquellos años:
6 DE JUNIO DE 1917. Trabajo enorme con la contabilidad española, francesa, inglesa, rusa, americana, rumana… Mi salud, gracias a Dios, es lo bastante robusta como para soportar no sólo el ímprobo trabajo de representación de tantos países, sino para aguantar las comidas de los alemanes, ¡que ya es decir!
Pero no se limitó de la Cierva a representar de forma impecable los intereses políticos y estratégicos de tantos países en un periodo tan crucial para la historia y en un lugar tan estratégico en aquel tiempo, sino que además supo conjugar esta representación con una actividad diplomática brillante y una cuidadísima labor en pos de la amistad entre países y el buen trato entre amigos e incluso enemigos. El carácter de Ballobar, que acompañaba de una gran cultura y de un aspecto físico indudablemente atractivo, fomentó siempre el mejor entendimiento entre quienes traspasaban los umbrales del portón de entrada a su casa, ubicada en el centro histórico de Jerusalén. Y es que la residencia del cónsul fue siempre conocida por la excelencia y el buen recibimiento, fuera cual fuera la situación política imperante. Los almuerzos y cenas servidos por Ballobar trascendían fronteras y en los salones de su casa se mantuvieron sobremesas que habrían podido servir de guion para las más intrigantes novelas y películas. En aquella casa se servían los mejores coñacs y se fumaban los mejores cigarros habanos, en un ambiente de amistad y buen humor en el que todos se encontraban a gusto. Y los muros de su viejo comedor fueron testigos de largas cenas a las que acudieron desde los máximos Oficiales británicos o belgas, hasta su gran amigo Haim Weitzman (primer Presidente del futuro Estado de Israel), o el mismísimo Djemal Pasha, también amigo del cónsul y Comandante de las fuerzas otomanas en Palestina.
Todas esas experiencias y acontecimientos han llegado hasta nuestros días por obra de la propia historia, pero también gracias al diario personal escrito por Ballobar en los años de su presencia en Jerusalén. Dicho diario, iniciado en septiembre de 1914 y concluido en mayo de 1919, consta de anotaciones casi diarias y es el legado histórico de un testigo privilegiado de todos los hechos que en el mismo se relatan. Además, el diario nos ayuda a comprender bien la realidad del Jerusalén de aquella época, narrando con extremo detalle la vida social, política y cotidiana de la ciudad y de sus zonas de influencia, y detallando todas las circunstancias, epidemias, plagas y situaciones de las que fue testigo Antonio de la Cierva durante aquellos apasionantes años. Además, Ballobar describe con todo lujo de detalles las principales claves geoestratégicas que movían los intereses de las grandes potencias en Tierra Santa en la fase final de la caída del imperio otomano. Es sin duda un relato único, que desde 1996 podemos encontrar en las librerías publicado por la Editorial NEREA y bajo el título de “Diario de Jerusalén 1914-1919”.
Tras su matrimonio y posterior cese de actividades, Antonio de la Cierva se traslado a Madrid, donde inició una vida mucho más familiar y apartada de la actividad diplomática, retomando únicamente sus funciones desde mayo de 1949 hasta 1952 (de nuevo como Cónsul de España en Jerusalén). De esta su última actividad, que tuvo lugar tras la fundación del nuevo Estado de Israel (con capital en Jerusalén), debo remarcar las tensas relaciones que debió gestionar Ballobar entre los gobiernos español e israelí, de las que deja fiel reflejo la carta que mi propio bisabuelo escribió al señor Martín Artajo, por aquel entonces Ministro de Asuntos Exteriores de Franco:
Las autoridades israelíes me dicen que para el Duque de Terranova lo que quiera, para el Cónsul de España nada *
Tras el fin definitivo de su actividad diplomática, Antonio de la Cierva regresó a Madrid para vivir hasta su muerte (acaecida a sus 86 años el 10 de octubre de 1971), junto a su mujer y sus hijos en el palacio familiar de la duquesa de Medina de las Torres (actual Fundación Mapfre, Paseo de Recoletos 23).
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*Fuente: Centro de Documentación y Estudios Moisés de León. Casa SEFARAD ISRAEL.
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