
Texto: el Conde de Bobadilla. Quien más quien menos, toda persona que tenga un mínimo de trascendencia pública, tiene detrás a alguien que no deja de despellejarle en las redes sociales y en los medios de comunicación. Ya sabemos que, quien tiene un amigo íntimo tiene un tesoro, pero, quien no tiene un enemigo íntimo, por triste y penoso que sea el sujeto, parece que no tiene nada…
Da igual lo que hagas o digas, que tu enemigo íntimo, siempre sabrá buscarle las vueltas para dejarte mal, ofreciendo la peor versión de ti. Desde luego que no somos la mejor versión de nosotros mismos en todo momento, pero, como tampoco somos tan malos como nos pinta nuestro “despellejador oficial”, sus críticas acaban perdiendo credibilidad dada su notoria parcialidad. Más aún si este ataque ad hominen proviene de un periodista, porque, ¿dónde queda entonces el compromiso con la verdad que debe presidir la ética periodística? ¿dónde la objetividad?
La gente puede pensar bien o mal de nosotros, pero tampoco es tonta, y si percibe que quien critica se mueve alimentado por una animadversión personal, por una fijación completamente obsesiva, como la que tiene Jaime Peñafiel contra Doña Letizia y toda la Familia Real, ¿qué crédito puede merecernos lo que este señor dice o la visión de conjunto que de la Familia Real nos pinta? Quizá, lo que quepa deducir sea, que el ego de Peñafiel, ese inmenso ego que gasta, se ha resentido al no haber recibido el protagonismo que él esperaba. Y ha sido tanto como para odiar a toda la Casa Real, de los abuelos a los nietos, para toda la eternidad.
Y, hablando de los nietos ¿Qué podemos pensar de la moralidad de una persona que, no bastándole únicamente el meterse con los adultos, tiene que transgredir el umbral del respeto que merecen los menores de edad; como es el caso de Doña Leonor y Doña Sofía, unas niñas de tan sólo 13 y 11 años? Si las va a acabar despellejando, sí o sí, en esos programas de telebasura a los que su degradación profesional le ha conducido, ¿por qué no se espera, al menos, a que sean mayores de edad?
Seguramente, piensen lo mismo que yo, que Jaime Peñafiel es como “el abuelo cebolleta” de Zipi y Zape: un “personaje” monotema, al que nadie toma en serio, que aburre bastante, y que debería “hacérselo mirar” para tratarse esa obsesión que padece, a ver si así logra superarla.
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