Editorial de nuestro director ante tan feliz ocasión.
Texto: Conde de Bobadilla.
Recuerdo como última boda real inglesa la del Príncipe Carlos. Los niños, y yo entonces lo era, tienen una especial sensibilidad para captar la magia, luego todos crecemos, y ese niño va quedando cada vez más atrás, y con él su singular habilidad para captar lo que es verdaderamente importante, ese sentido trascendente y casi sagrado, esa capacidad de soñar -nada hay más real que un sueño-, de la que nos fuimos despojando poco a poco en nuestra carrera por “ser mayores” y vestirnos con retazos de una realidad que nos resulta extraña… Pero, hay ocasiones, en las que podemos sentir restallar de nuevo ese fulgor de la ilusión primera y notamos de nuevo ese cosquilleo efervescente al ver cómo todo un pueblo se emociona y comparte con su Casa Real, aunque no sea la nuestra, sus acontecimientos como si fueran propios, porque eso es una Casa Real, la representación en una familia de nuestra propia identidad. Hoy todos somos un poco británicos, aunque se sea de la nación que se sea, hoy todos somos monárquicos, aunque haya quien sea republicano el resto de los días…
“La importancia está en las pequeñas cosas”, decía Saint-Exupéry a través de “El Principito”, aunque, para ese niño que todos llevamos dentro, y que aflora hoy emocionado ante el televisor, la boda del Príncipe Guillermo, sea una “pequeña gran cosa”.
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