
El Joker es un reflejo de la sociedad moderna: donde, ante cualquier problemática, en lugar de reconstruir lo destruido y conservar lo bueno, como hacía la sociedad tradicional, elige subvertir lo bueno y seguir cambiando lo que se está destruyendo.
Texto: Ezequiel Toti. “Joker” (Guasón para Latinoamérica) con dirección de Todd Phillips y una cruda pero brillante actuación de Joaquin Phoenix, nos relata un recorrido por la vida de Arthur Fleck (Phoenix). Un hombre con severos padecimientos mentales que convive con su madre igualmente enferma, mientras persiste en su vocación de llevar una sonrisa a los demás en un mundo mucho más enfermo que él (parece recordar “I Pagliacci”, de Leoncavallo).
Con una dirección de arte retro, musicalización estridente y oportuna, el guión nos hace descender a la región más oscura del infierno de una persona, en esencia buena, pero víctima de esta sociedad donde unos pocos psicópatas y psicóticos terminan generando a su vez mas psicópatas y psicóticos (también por polarización a los héroes los hace más heroicos y a los sacrificados los hace santos).
Ante la rudeza de la trama, es imposible no empatizar con el personaje, pues la desesperación y dolor que vive, lo llevan al extremo de relativizar el bien y el mal. En este sentido Joker camina por la cuerda floja, con riesgo de caer en la celebración de la venganza de una persona hacia la sociedad que lo convierte en un monstruo. Si bien la película está bien lograda hasta en el más mínimo detalle, el hecho que la audiencia no haya aplaudido durante los créditos (al menos en la función a la que asistí), nos demuestra que la gente no está todavía tan desesperada y dolida como para festejar la anarquía y el crimen.
Me atrevo a decir que el guión es digno de atención para criminólogos y profesionales de la salud mental. Cautiva y conmueve, pero también incluye una sabia reflexión sobre el dolor del personaje, que en este mundo moderno, no causa más que rechazo, haciendo que todos quieran alejarse de él (incluidos profesionales y familiares). Y es que hoy en día, los principales responsables de estos desafortunados optan por el escape y la negación, mientras la sociedad oscila entre el desinterés y la “invisibilización”.
El Joker sin duda es un reflejo de la sociedad moderna, donde ante cualquier problemática, en lugar de reconstruir lo destruido y conservar lo bueno, como hacia la sociedad tradicional; la moderna sin un norte ético ni moral, elige por subvertir lo bueno y seguir cambiando lo que se está destruyendo.
La película, tal vez por una necesidad artística de exageración, cae en gran parte en la falaz dialéctica de los ”malos ricos” versus los ”buenos pobres”. Seguramente, al espectador que pueda capitalizarlo, le dejará una buena enseñanza: aquellos más afortunados que no son solidarios, si no es por amor al prójimo, por lo menos por practicidad, gánense el favor de los pobres (y los que tienen dinero malhabido gánense amigos con el dinero de la injusticia). Porque al igual que en este film, en la vida real, los populismos, antes de eclipsarse brillarán más que nunca, con un espíritu más violento y sovietizado, y ciertamente no dudarán en vender la rebelión a los pobres atacando violentamente a todos “los ricos” sin excepción… mientras los super-ricos lo verán riendo desde sus torres de marfil.
Una observación: El actor que interpreta al empresario Thomas Wayne es retratado como un macho alfa rústico y de una estructura corporal grande. ¿Sutil y subliminal alusión cinematográfica para Donald Trump?
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