
Muy acertado artículo sobre el enlace, escrito por el director de nuestra sección de opinión.
Texto: José Escuder.
La boda de S.A.R. el príncipe Guillermo con su prometida, Catherine Middleton, ha sido vista por dos mil millones de personas. Y el secreto de su éxito es que no ha defraudado a nadie. Ni a los que pensaban disfrutarla, ni a los que pensaban criticarla. Los primeros han destacado la excelente organización, la simpatía del príncipe, la belleza de su prometida, el traje de la reina, (cuyo color sólo ha perjudicado a los más supersticiosos porque ha dejado en ridículo sus teorías) y lo segundos, los que criticaban el enlace antes de que se produjera, como al final ha sido eso: un éxito, se han tenido que limitar a hablar de lo más vulgar: su coste. “Las monarquías nos salen muy caras”, argumentan. Y es cierto. Pero lo que nunca dicen es lo que cuestan las repúblicas. La italiana, por ejemplo, con su jefatura del Estado al frente, cuesta doscientos veintiocho millones de euros anuales. Si comparamos esta cantidad con el presupuesto de la Casa Real española, que asciende a ocho millones y medio de euros anuales, aproximadamente, podemos ver lo caro que les resulta a los italianos tener un jefe de Estado que es republicano pero que vive como un rey. ¿Qué representan los ocho millones y medio de euros de nuestra monarquía, a nivel nacional, comparados con los ocho mil millones de déficit que ha dejado el tripartito republicano, sólo a nivel autonómico?. Todos sabemos que lo muy barato, al final, sale muy caro. Pero lo que a veces nos cuesta aceptar es lo caros que nos resultan los políticos de Todo a 100. Políticos que, al contrario que cualquier príncipe europeo, en la mayoría de casos carecen de la formación adecuada para su cargo. Al contrario, que nuestros políticos y presidentes, los príncipes hablan varios idiomas, tienen estudios, saben lo que es la disciplina y no dejan en ridículo al país que representan cuando viajan al extranjero. Los políticos, no. Un político puede ser ministro de Sanidad sin saber la diferencia entre una hipodérmica y una hipotérmica, puede ser ministro de Defensa y darle órdenes a un general de Estado Mayor sin haber cogido un tirachinas en su vida y puede llegar a ser presidente de Gobierno con el único mérito curricular de haber sido presidente del club de fans de Lady Gaga. Tener a un príncipe que se ha preparado cada día de su vida para ser rey puede no resultar barato, pero más caro aún resulta mantener a los quinientos asesores de un presidente que ha decidido ser presidente sin haber estudiado para ello. Los republicanos argumentan que somos demasiado generosos con las monarquías, pero no han dicho nada cuando una reina de la frivolidad, como la ministra Leire Pajín, ha regalado, precisamente esta semana del enlace, un millón trescientos mil euros a una asociación feminista iberoamericana. El argumento “que se lo paguen de su bolsillo”, que usan los republicanos para criticar las bodas de los príncipes, deberían usarlo también para criticar a esos políticos y políticas que, como en el caso citado, derrochan generosidad con las feministas extranjeras y exigen austeridad a los jubilados patrios.
Teniendo en cuenta que Gran Bretaña es el país con el índice más alto de divorcios de toda la Unión Europea, la noticia de una boda siempre es bien recibida. El enlace del príncipe Guillermo no ha sido una boda de Estado, pero ha servido para comprobar el estado de la Monarquía. Si ésta no representara lo que representa y los ciudadanos no se sintieran representados por ella, la ceremonia no habría sido retransmitida por más de trescientos canales, no habría sido vista en ciento ochenta países, no habría congregado a ocho mil periodistas sólo en Londres, no se hubieran necesitado cinco mil agentes de policía, ni se hubieran tenido que montar once mil vallas de seguridad para separar a la Familia Real de todos los ciudadanos que querían verles de cerca o aplaudirles a su paso. Los duques de Cambridge, además, no han aceptado regalos. Han preferido recibir dinero en metálico para poder repartirlo entre las veintiséis organizaciones benéficas con las que colaboran asiduamente. Éstas son las cifras y ésta es la realidad.
Pero no todo han sido números. También ha habido alegría, elegancia, espectáculo y distinción. Naturalmente, no ha habido glamour. Si hubiera habido glamour, en vez de números, ahora estaríamos hablando posiblemente de numeritos. Ésta era la boda de un príncipe y no la de un actor, un futbolista, ni un diseñador. Las monarquías nunca están de moda y esto les permite acumular siglos y siglos de historia, como es el caso de la británica. Y en esta ocasión, las cualidades de la novia no se reducen, afortunadamente, a su indiscutible belleza. El hecho de que no hayamos sabido nada de ella en los últimos diez años significa que además de hermosura posee otra cualidad indispensable para una futura reina: la discreción. Esto es lo que ha demostrado a lo largo de todo su noviazgo. El día de la boda, además, ha exhibido otra virtud muy deseable para el cargo que va a tener que desempeñar: la serenidad. Este cargo le va a exigir a partir de ahora muchas dosis de ella. La responsabilidad y la presión son demasiado grandes y el sacrificio diario que conllevan no es apto para personalidades inestables, susceptibles o irascibles. En definitiva, no es el cargo idóneo para personas vulnerables. Esas dos virtudes le permitirán no caer en determinadas trampas, como la que puede caer alguna princesa europea: dedicar sus esfuerzos para parecer una modelo de pasarela, en vez de esforzarse para conseguir ser un modelo de reina.
Felicidades a los dos.
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