Ocurrencias que más preocupan a los españoles de la lógica demagógica de la izquierda.

Texto: José Escuder. Aunque a algunos les incomode, la pregunta está en la calle: ¿por qué, últimamente, muchos ciudadanos tienen la sensación de que las noticias sobre abusos sexuales no se tratan de la misma manera? ¿Por qué parece que algunas asociaciones que se encargan de proteger a las víctimas, reaccionan de diferente forma, dependiendo de qué nacionalidad sean los agresores? O dicho con más claridad: ¿por qué  muchos ciudadanos tienen la sensación de que si el presunto violador es español, es necesariamente culpable, y si es extranjero, presuntamente inocente?  Por ejemplo, en el último caso de agresión sexual en grupo denunciado en Bilbao, mucha gente se pregunta: ¿a qué están esperando algunas asociaciones en defensa de la mujer para salir a la calle y demostrar su indignación? Muy simple: lo que más de uno está esperando es que salga algún portavoz de Vox exigiendo medidas contundentes para luchar contra este problema. ¿Con qué fin? El de criminalizar al de Vox para avisar de los peligros que Vox representa para España, en vez de hablar del peligro que los delincuentes de importación representan para nuestra sociedad. A partir de aquí, el problema no es ser feminista, ni feministo. El problema es ser feminecio. Según el Diccionario de la Real Academia Española, el necio se caracteriza por tres cosas: por ser ignorante, por ser imprudente o falto de razón, y además por ser terco y porfiado en lo que hace y dice. Otra característica del feminecio es que no se sienta en  la mesa de juego sin llevar el comodín de la demagogia escondido en la manga. Por eso, cuando ve que está perdiendo, en vez de abandonar la partida de forma elegante, entonces empieza a hacer el demabobo. Pues su lógica no sigue la típica lógica aristotélica, basada en los tres axiomas: el Principio de identidad, Principio de no contradicción y Principio del tercero excluído. El demabobo (y la demaboba) comienza saltándose el Principio de identidad, pues para él A es igual a A siempre y cuando pueda perjudicar a B. Luego continúa saltándose el Principio de no contradicción, según el cual una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. Mientras que para Aristóteles esto suponía una necesaria obviedad, para el demabobo, no. El demabobo, por ejemplo, puede prometer que cuando sea profesional de la política seguirá viviendo en su barrio de siempre, “con los suyos”, y luego, una vez que cobra el sueldazo como político, negar lo que ha dicho y comprarse un chalecito para adosarse bien adosadito a la gente de derechas, que mira por dónde es donde no suele haber feministas, ni inmigrantes, ni toda esa gente gracias a la cual el demabobo ha conseguido su escaño, su sueldo y sus privilegios. Es decir: su ingreso en la casta con todos los honores. Por último, respecto al tercer axioma aristotélico, que habla del Principio del tercero excluido, aquí es cuando el demabobo consigue rizar el rizo y se cree, por ejemplo, con derecho a luchar por los derechos de los trabajadores y trabajadoras en el sofá de su chalecito, mientras olvida pagar la seguridad social del jardinero que cambia el agua de su piscina.

 

Naturalmente, este tipo de personaje podría resultarnos incluso simpático, si no fuera por los temas tan delicados que se atreve a tratar, o peor aún: a legislar. Uno de ellos es este: el de la inmigración ilegal, un terrible drama humanitario que para las mafias se traduce en suculentos beneficios y para los demabobos en suculentos votos. Es la paradoja de las sociedades capitalistas: que hasta los anticapitalistas consiguen convertir su anticapitalismo en un rentable capital. Por eso no ha de extrañarnos que la inmigración ilegal sea una de las principales preocupaciones de los españoles, según datos del CIS. Pero ¿por qué la preocupación de los españoles por la inmigración ha crecido aún más que la propia inmigración?. Muy simple: porque muchos españoles temen más a los demabobos de la inmigración, que a la inmigración misma. Al ciudadano español, le puede dar miedo que el inmigrante, una vez aquí, pueda convertirse en delincuente. Pero hay otra cosa que le da el mismo miedo, o más: que si un día ese delincuente asalta a su familia y él le hace daño por defenderla, encima tenga que ver cómo unas cuantas asociaciones de demabobos y demabobas exijan el ingreso en prisión para él, en vez de exigirlo para el delincuente. Es la lógica de la ultraizquierda: una lógica maléfica típica de quien se mete en política, no por estar lleno de utopías, sino por estar lleno de rencor. Y ese rencor contamina todo las causas nobles que toca, empezando por el feminismo, siguiendo por el ecologismo y terminando por la inmigración. Lo estamos viendo, últimamente, en el caso del turismo. La nueva ocurrencia de la ultraizquierda, que tiene como principal ideóloga a la futura premio Nobel de Economía, Ada Colau, es alarmar a los españoles de que en España ya hay demasiado turismo. “No podemos asumir la llegada de tanto turista a nuestra ciudad”, afirmó no hace mucho la alcaldesa. Para ella, con su lógica demagógica, lo que faltan son inmigrantes y lo que sobran son turistas. “Vale, señora”, responden los comerciantes y los empresarios: “¿Y cómo piensa usted dar de comer a los inmigrantes que acoja, si levanta barreras contra los turistas que nos dan de comer?”. Por eso sería interesante que alguien le dijera a esta señora que en España en ningún caso sobran turistas, y en muchos casos tampoco inmigrantes. Lo que sobran son políticos demabobos y demabobas, ésos que dicen luchar contra todo tipo de fobias (islamofobia, xenofobia, homofobia…), pero que luego se encargan de crear fobias nuevas, como la turismofobia, o mantener las clásicas de la ultraizquierda, como la androfobia, la eclesiofobia, la plutofobia, la nomofobia… A partir de aquí sería conveniente, también, que los políticos que sufren trastornos psicológicos como la madurofilia, la castrofilia o en casos extremos la stalinofilia, se enteren de una vez que los ciudadanos españoles no somos xenófobos (como aseguran algunas asociaciones antirracistas), ni siquiera ginefobos (como insinúan algunas feministas). El miedo que tenemos la mayoría de ciudadanos, por decirlo suavemente, es a la lógica de la demagogia, tan practicada por los demabobos, los polinútiles, los plurivagos y los multiodios.

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