Santander: Capital estival del reino.

José María Martín-Abad y de Miranda, perteneciente a una ilustre familia montañesa, nos recupera ese destino estival que la Corona impulsó desde la segunda mitad del S XIX hasta la imposición de la II República, y que tanto favoreció el desarrollo de la ciudad.



Texto: José María Martín-Abad y de Miranda. Caballero de la S.M.O. Constantiniana de San Jorge. Imágenes de diversa procedencia.


Parece mentira que, los que vivimos en ciudades antiguas, nos paremos tan pocas veces a pensar en la historia que tenemos bajo nuestros pies. Cuando miramos a nuestro alrededor y no reparamos en el aspecto venerable de este o aquel edificio, ni en el trazado del paseo por el que merodeamos, o en el porqué de la evolución de los sitios que frecuentamos…

Estaba tomando un café con unos buenos amigos una tarde nublada de verano en la terraza del Real Club Marítimo, bajo nuestros pies la Bahía de Santander y justo de frente la Peña Cabarga. Este fue el momento en el que me puse en contacto con mi buen amigo el conde de Bobadilla, Rafael de Aguilar, ya que se me había ocurrido redactar un pequeño artículo, de cómo habían cambiado los veranos en esta regia ciudad.

Hubo un tiempo en el que Santander se convirtió capital estival del Reino, donde se mezclaban la realeza, la aristocracia y alta burguesía española. Un tiempo en el que, el veraneo en el norte, era conocido por sus baños de ola, regatas, concursos de hípica y especialmente por su elegancia.

El primer vestigio de veraneo real no oficial, pero sí oficioso, tiene fecha de 1861, con la Reina Isabel II, que vino a esta ciudad para tomar sus placenteros Baños de Ola en el Sardinero. A lo largo de esa época, y aprovechando el impulso de la estancia de Su Majestad en la ciudad, surgieron muchas promociones privadas como la Casa de Azar o el primigenio Casino.

Con el triunfo de “La Gloriosa”, “La Reina de los tristes destinos” se vio obligada a cambiar sus baños de ola en Santander, para acudir a los brazos de su gran amiga la Emperatriz Eugenia de Montijo, en Biarritz.

El siguiente monarca que elige acercarse con su real familia hasta las costas del mar cantábrico, es Amadeo I, rey breve, pero que pone de moda a la ciudad allá por 1872. Verano lleno de actos, como asistir a la plaza de toros y fiestas en el antiguo Casino, de todos estos eventos, dan cuenta de ello, las publicaciones de la época.

Después del caótico periodo de la I República, en 1876, es el hijo de Isabel II, Alfonso XII, invitado por el entonces marqués de Casa-Pombo, quien recaerá por la capital de la montaña. Curiosamente ese verano regresarán a Santander desde el exilio su madre y hermanas, a bordo de la fragata Numancia.

Durante el reinado de Alfonso XII, Santander sufre un cambio espectacular y se inauguran otros hoteles de estilo balneario, como el Gran Hotel del Sardinero, Hoyuela, París, y Roma, entre otros.

El rey que pondrá a Santander en la vanguardia veraniega y le dará su máximo esplendor, llegará a bordo del histórico yate “Giralda” en 1900, con su madre, la reina regente Mª Cristina de Habsburgo-Lorena, siendo un infante “Pelón”.

Desde este momento y hasta 1930, el rey quedará muy ligado a Santander. Recién casados, los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battemberg se acercaron a la ciudad para disfrutar de parte de su luna de miel.

En 1913, la ciudad de Santander devuelve el cariño que el rey demostraba regalándole el palacio de la Magdalena. De esta forma, y denominado real sitio, Su Majestad escogió Santander como lugar de veraneo.

Esta decisión impulsó aún más el desarrollo de la ciudad, llegando a su máxima plenitud. En esta época y hasta el final de la década de los felices años 20, se dio paso a la construcción de edificios emblemáticos como el Ateneo (1914), el Gran Casino (1914), el Campo de Polo de la Magdalena (1914) el Hotel Real (1917), el Hipódromo Bellavista (1917), la sede central del Banco de Santander (1923), la Biblioteca y Colegio Mayor Universitario Menéndez Pelayo, UIMP (1923), el Campo de Golf de Pedreña (1928), el Club Marítimo (1928), o la Casa de Salud Valdecilla (1928), edificaciones que forman parte del Santander más clásico.

A lo largo de los veranos, infinidad de personajes extranjeros y nacionales se acercaron hasta la el Palacio Real de La Magdalena, entre los más notables, el Nuncio Apostólico, los Príncipes de Nápoles, el Príncipe de Mónaco, el sultán de Marruecos, los Duques de Alba, llegando al punto que la Magdalena se convierte en la sede del Gobierno, también estando representados senadores y diputados.

Y con el furor del charlestón llegamos a 1930, último verano de la Familia real en Santander.

Los siguientes monarcas que se acercarán a Santander en verano, serán unos reyes sin corona, el Augusto Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, cuando aquello Príncipe de Asturias, a bordo del “Saltillo” o del “Giralda”. Y posteriormente S.M. don Juan Carlos I, en calidad de Príncipe de España, ambos se acercaron a regatear en el abra de la hermosa bahía de Santander.

Y, me pregunto, ¿Qué queda del Veraneo Regio?

Como les comentaba, una vez terminada la tertulia aquella tarde en Real Club Marítimo, y ya camino de mi casa, paseaba por el muelle de Puerto Chico y comencé a recordar ciertas imágenes que he visto en cuadros y archivos antiguos, con todo el Paseo de Castelar cubierto de redes de los pescadores y junto a ello, las vías de los tranvía que conectaban la ciudad con los balnearios en “El Sardinero”. ¡Cómo ha cambiado! Una fotografía en blanco y negro que te hace imaginar cómo era la vida de entonces. Casas señoriales y botes de pescadores. Contrastes que sólo podían darse en una ciudad de tan rancio abolengo.

Ahora, cuando paseo por la avenida de la Reina Victoria, me encuentro personas que hacen deporte, pasean a los perros, van o vienen en bici… cuando hace menos de un siglo andar por allí era tranquilidad y soledad, ya que apenas había personas que hicieran ese recorrido. Las personas que entonces se acercaban a las playas del Sardinero, iban acorde al buen vestir de la época: las mujeres con vestidos largos y moños altos; los hombres con su traje de chaqueta, pañuelo en la solapa, bastón y chistera. Una sociedad que encontró en los baños de ola y los balnearios creados, su modo de vida social.

Aquella noche seguí paseando por la Avenida de Reina Victoria y me acudieron a la mente todas las historias que mi abuelo me contaba cuando yo aún no tenía ni ocho años y no era consciente del legado tan importante que me estaba entregando. Tuve la suerte de crecer a su lado. Mi abuelo, aristócrata de los pies a la cabeza, me contó mil cosas, entre ellas que fue una persona afortunada de poder disfrutar de esos veraneos regios, siendo parte de los cortesanos que radicaron en Santander. Cuando la Reina, a lo largo de su paseo participaba activamente en los puestos que la Cruz Roja habilitaba; y el rey campaba a sus anchas, ocupando su tiempo libre entre el polo, tenis, golf y vela. Por eso los Reyes no solo trajeron a Santander a la alta sociedad española o europea, ni dotaron a Santander de grandes edificios, sino que trajeron cultura, ocio y prosperidad.

Sólo puedo decir, que aprovechen los residentes de Palma de Mallorca, porque son muy afortunados, al tener a la primera familia de España en su ciudad.

Me despido ya, un fuerte saludo a todos.

 

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