Sobre los discursos de boda del Príncipe de Gales y los Príncipes Guillermo y Enrique

Aunque hay quien los ha considerado de mal gusto, la Pimpinela escarlata los entiende pronunciados desde el humor y la ternura, desde la elegancia y la humildad.

 

Texto: La Pimpinela escarlata.

Decían un par de amigos míos, refiriéndose a la Princesa de Asturias, que, como lo está haciendo bien y no tienen nada que decir de ella, a quienes desean criticarla sólo les cabe basar su estrategia de acoso en cuestiones de tan poca entidad como si llevaba mal puesta una banda, está muy delgada o tonterías por el estilo. Vergüenza ajena he sentido escuchando en la televisión a un “monárquico de la víspera”, que parece no ser tan fiel como pretende su apellido. Hoy esa crítica de poca entidad parece afectar al Príncipe Enrique de Gales.

Está claro que en la vida las cosas tienen la importancia que queremos darle. Roland Joffé decía hace poco, en una rueda de prensa que concedió con ocasión del estreno de “Encontrarás dragones”, que él, salvo por profesar la religión común a todos los ingleses, no era una persona especialmente creyente. La religión a la que se refería era el sentido del humor, tan característica, efectivamente, del pueblo británico. Debe ser que los republicanos carecen completamente de él, porque ni las bromas del Príncipe de Gales y de su hijo el primogénito el Príncipe Guillermo, ni posteriormente las del Príncipe Enrique con las que sazonaron sus respectivos discursos en los que, como novio, y padre y padrino del mismo, daban a la Duquesa de Cambridge la bienvenida a la familia, me parecen en absoluto para ofenderse, de hecho nadie de los presentes lo hizo. Ni lo hizo el Príncipe Guillermo porque su padre bromease sobre su incipiente calvicie, ni este porque su hijo primogénito le repicase sobre su aumento de peso, ni, por supuesto, la Duquesa de Cambridge porque su cuñado -el más criticado-le dijese que hacía bajo al Duque de Edimburgo, habida cuenta de los tacones de sus zapatos y aunque él llevase calzas en los suyos, o porque afirmase que tenía las piernas muy largas. Los griegos dicen que a veces hay que ser un poco intrascendente para no morir de intensidad y resulta que, si se es intenso se es acartonado y poco cercano al pueblo, y, si tiene sentido del humor se tiene mal gusto. Nunca llueve a gusto de todos pero parece que hay quien, llueva cuando llueva, no le gusta, por más necesaria que sea el agua.

Antes bien, los discursos me parecieron entrañables. Especialmente cuando el Príncipe de Gales afirmó que Katte “es la hija que nunca tuve”, “somos muy afortunados por tenerla”.

¡Bien por ese sentido del humor con dosis de ternura!, cuya finalidad entiendo era hacer sentirse a la novia una más de la familia, y restarse a sí mismos importancia para que Katte se sintiera cómoda en el enlace, toda vez que, después de todo, lo hacía nada más y nada menos que con el heredero del heredero de la Corona Británica, y eso debe impresionar por más que te acostumbres. En este contexto, estas bromas sobre sí mismos me parecieron de una exquisitez y humildad dignas de destacar, de personas grandes que se conducen con la elegancia natural propia de quienes son.

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