Un buen consejo.

Como en los anteriores editoriales de Navidad, nuestro director nos cuenta una anécdota vivida que nos acerca a los valores que deberíamos tener especialmente presentes en estas fiestas. En esta ocasión tiene que ver con la familia.


Hasta los 15 años: mi padre siempre tiene razón.

A partir de los 15: mi padre se equivoca a veces.

A partir de los 18: mi padre no da una. No me entiende.

A los 30: mi padre acierta de vez en cuando.

A los 40: mi padre casi siempre se sale con la suya.

A los 50: mi padre era un sabio, lástima que ya no me pueda dejar aconsejar por él.”

 

Texto: Conde de Bobadilla. Foto: Marquesa de la Vega de Armijo.

No sabría decirte si era una mañana soleada o si el sol se había ocultado tras unas nubes que tampoco estoy seguro poblaran el horizonte. Tampoco podría decir si era una mañana fría o calurosa. Sólo recuerdo que estaba paseando por la calle y vi de lejos a Tino… Tino, de habitual tan alegre como unas castañuelas, aparentaba esa mañana un paso cansino, con cabeza gacha, su mirada parecía buscar respuestas en el suelo, y, cuando ya estuvo cerca de mí, pude observar que su faz reflejaba un insondable pozo de tristeza. Me acerqué a interesarme por él. Le pregunté qué le pasaba y me contestó: “mi padre ha muerto”. Le di mi pésame y me dijo que lo echaba de menos pero que sabía que era ley de vida y que, en lo que iba pensando en ese preciso momento en que le encontré, es que, si de algo se arrepentía en la vida, era de todas aquellas veces que había pasado cerca de su casa y las prisas le había impedido pararse a visitarle aunque fuera un momento. “Esos momentos se van y no vuelven, deberías aprovecharlos ya que para mí es tarde: disfruta a tu padre en vida porque un día, sin darte cuenta, simplemente no podrás hacerlo más”…

Me gusta escuchar las experiencias de la vida de los demás porque prefiero aprender en lomo ajeno antes que en propio. El consejo, pues, quedó grabado en mi memoria y, desde entonces, siempre lo he tenido presente. Cuántas veces me ha dicho un amigo que salgamos y he preferido quedarme en casa con mi padre; cuántas incluso había quedado ya y mi padre me ha pedido que hiciéramos cualquier cosa juntos y he cambiado de planes; cuántas simplemente no tenía otra cosa que hacer y no me he dejado vencer por la pereza. En cuanto llegue ese día lejano en el que no pueda levantar el teléfono por una llamada de mi padre o pase, como Tino, cerca de su casa, sé que no tendré que lamentarme entonces porque las prisas, con las que conducimos por la vida -todos tenemos algo de los hombres grises de “Momo”-, me hayan arrebato momentos y vivencias con él. Pero no se trata de no llegar a padecer sentimientos de culpa, o el pesar de las oportunidades perdidas, sino de la satisfacción de haber apurado cada instante con quien más nos quiere siempre y lo han dado y lo volverían a dar de nuevo todo por nosotros: nuestros padres. Tengámoslo presente especialmente en estas fechas de tanto sentido familiar y cristiano y hagamos voto con el año nuevo de seguir el consejo de Tino que hoy, a través de este editorial, comparto con todos vosotros. Espero que le saquéis el mismo provecho que yo.

Con todo mi cariño, y el de todos los que componemos Numen, os deseamos que la luz de Dios, tan próximo a nacer de nuevo en estos días, ilumine vuestro sendero durante todo el año próximo.


Rafael Gonzalo.

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El Conde de Bobadilla
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